Rappi, una innovadora plataforma de plataformas, se ha convertido en una verdadera revolución. Hoy por hoy, simboliza como ninguno el emprendimiento en Colombia y Latinoamérica.
Se transformó en el primer unicornio –startup valorada en más de US$1.000 millones– que tiene Colombia, y sigue creciendo. Todavía no alcanza a ser rentable, pero su valoración supera los US$3.000 millones.
Rappi ya opera además en Brasil, México, Argentina, Chile, Uruguay y Perú. Y, por si fuera poco, protagonizó la principal transacción en el primer semestre de este año en Colombia: Softbank, uno de los más grandes fondos de inversión del mundo, le inyectó US$1.000 millones de capital fresco.
Además, logró que Davivienda –una de las instituciones financieras más poderosas del país, perteneciente al Grupo Bolívar– entrara a formar parte de Rappipay. Este servicio permite hacer retiros en los cajeros del banco con la aplicación de Rappi mediante códigos QR. Y se puede usar además en comercios para realizar transferencias de dinero y pagar impuestos y facturas.
Rappi representa hoy para Colombia lo mejor de la economía digital: nos ha enseñado la necesidad de pensar a nivel global. Demostró que las buenas ideas encuentran financiación y que sí hay plata para emprender. En general, Rappi puso a Colombia en el mapa del emprendimiento mundial.
Pero también, como toda startup exitosa, tiene su lado polémico y genera profundos debates. El primero, si estas compañías agregan valor o capturan el que otros sectores producen. Además, su disrupción genera interrogantes en los frentes laboral, tributario, de protección de datos del consumidor y hasta de competencia.
Como explicó a Dinero Pablo Márquez, exdirector de la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) y socio de la firma de abogados Márquez, Barrera, Castañeda y Ramírez, “su modelo de negocio va tan rápido y de una forma tan disruptiva que las disposiciones legales no se acomodan, simplemente no casan. Esa ficha no sirve en ese rompecabezas legal”.
Esta realidad ha generado situaciones complejas. En primer lugar, los ‘rappitenderos‘, las personas que llevan las mercancías a los clientes, han protestado reiteradamente pues exigen un mejor trato laboral. Además, como ocurre con otras aplicaciones, muchos usuarios se quejan porque no saben quién responde en caso de mal servicio o deficiencias en los productos transados por medio de la plataforma. Como si fuera poco, para las autoridades de tránsito se ha vuelto un problema la proliferación de ‘rappitenderos‘ en bicicleta o moto que no respetan las normas de tránsito. Finalmente, ya hay investigaciones de la Superintendencia de Industria y Comercio(SIC), que sancionó a Rappi por su falta de gestión para proteger los datos de los usuarios y por quejas de consumidores.
La situación ha puesto al Gobierno a buscar fórmulas para atender este escenario de negocios y competencia y encontrar estrategias para ‘nivelar la cancha‘. Sin duda, los negocios, desde siempre, han ido mucho más rápido que las regulaciones. Hace apenas unos tres lustros, empresas de telecomunicaciones como ETB, Orbitel y la extinta Telecom pagaron más de US$300 millones por licencias de larga distancia que apenas unos años después quedaron obsoletas ante el desarrollo de internet y las comunicaciones.
Este no es un fenómeno local. El debate sobre las implicaciones de las aplicaciones y de las grandes empresas tecnológicas anda en su punto más alto en el planeta. Solo un ejemplo: la más reciente cumbre de ministros de Finanzas del G7 llegó a un acuerdo para gravar a las grandes tecnológicas con un impuesto similar al que ya se aplica en Francia. Allí estas firmas deben pagar una tasa de 3% sobre sus ingresos brutos.
¿Generar o capturar valor?
Muchos expertos se hacen preguntas de fondo acerca del aporte económico de estas iniciativas. Cuestionan hasta qué punto hay una relación proporcional entre la forma en que una compañía digital genera valor y su manera de obtener ganancias. Rappi, en menos de dos años, pasó de ser una iniciativa de tres jóvenes para ofrecer servicios a domicilio en una tienda de barrio a ser una multinacional. En solo cinco meses (de diciembre de 2018 a abril de 2019) Rappi recibió $4,4 billones en capital, más de la mitad del recaudo que generó la última reforma tributaria.
Esta startup crece a tasas de 20% mensual, tiene 3.000 empleados y, como explicó su fundador Simón Borrero, en reciente entrevista a Semana, “Rappi ha generado oportunidades de trabajo a más de 50.000 ‘rappitenderos‘ y si seguimos creciendo a este ritmo, en un año estaremos generando oportunidades a 500.000 en la región. Esa es una cifra relevante para nuestros países”.
Por otro lado, el modelo de Rappi tiene éxito porque no se centró en el domicilio. Empezó a buscar todo lo que podía generarle valor al consumidor en una aplicación, pero también oportunidades para la oferta. Cuando la aplicación de Rappi crece y se vuelve viral, masifica su lado de consumidores pero también debe crecer su modelo de negocio por el lado de comercios y servicios.
Estos modelos de negocio necesitan que ambos lados crezcan lo suficientemente rápido para ser atractivos. Por eso Rappi no solo tiene que ver con comida: introdujo a su oferta patinetas, seguros, medicinas, transacciones financieras y como plataforma empieza a aglomerar muchos negocios, pero también a incorporar otras plataformas.
Como ha dicho Borrero: “La idea es desarrollar algo como la nueva generación de Alibaba y Alipay, eso es lo que queremos construir. Queremos ser la empresa de tecnología más importante de la región. La idea (con la inversión de Softbank) es volver a Rappi una super app, una aplicación en donde resuelves tu vida. Pero eso no lo hacemos solos, necesitamos a otras startups que crezcan rápido gracias a vivir dentro del ecosistema Rappi. Así como las patinetas de Grin que tenemos hoy, vendrán muchas otras novedades, como doctores en casa, telemedicina y muchas otras, que facilitarán la vida a la gente”.
Para ello no solo necesita juntar consumidores con la oferta, también requiere una pata fundamental de ese trípode: los ‘rappitenderos‘. Al efecto se combinaron varios factores: gente dispuesta a pagar porque le traigan un producto o le presten un servicio; comercios que buscan nuevos canales para crecer y personas dispuestas a prestar el servicio en su tiempo libre. Pero esta última condición, planteada ya en apps como Uber, condujo a que muchas de esas personas encontraran allí su única forma de sustento. Un panorama impulsado en Colombia por las altas tasas de desempleo y por una migración venezolana en aumento. Ese es uno de sus más importantes nichos, pero también donde se concentran gran parte de sus problemas.
“La innovación disruptiva de alto nivel trae per se en cualquier país problemas legislativos. No somos los primeros ni los últimos abocados a una brecha muy grande entre la innovación y el emprendimiento”, dice Ignacio Gaitán, director de iNNpulsa. Según él, es el impacto que genera una implementación que no tiene que ver con el negocio principal sino con el despliegue del mismo.
Esa forma de crecer pone los pelos de punta a muchos expertos, autoridades y reguladores. Parecería que la gente no se hubiera percatado de algo que las startups plantean: la manera acelerada de generar valor.
Pero ese, justamente, es el punto de discusión. La economista Mariana Mazucatto, una de las gurús en temas de innovación, acaba de plantear el asunto en su libro El valor de las cosas.
Según ella, los economistas clásicos “distinguen entre trabajo ‘productivo’, que contribuye a aumentar el valor de lo que se produce, y trabajo ‘improductivo’, que no lo hace. Las actividades que dan beneficios a las plataformas online –los anuncios, el análisis de la información privada y el comportamiento de los usuarios– no aumentan el valor de lo que se produce, que son servicios para usuarios que consisten en, por ejemplo, poner un mensaje en Facebook o hacer una búsqueda en Google. Más bien, esas actividades ayudan a las empresas a competir entre sí para apropiarse, de manera individual, de una participación mayor del valor producido”.
El tema es sensible, pues no se trata de un simple asunto de percepción o valoración moral. Plantea una paradoja de valor: las startups muestran unos procesos de valorización exponenciales que hacen suponer que están ofreciendo una transformación en los servicios y productos que ayudan a intermediar. Pero las hamburguesas que Rappi lleva son las mismas que los restaurantes ofrecían antes de aparecer esta compañía. Así la pregunta se refiere al valor agregado que generan estas startups. Desde una perspectiva de las cuentas nacionales, el valor agregado corresponde al precio del bien final menos el precio de los bienes intermedios. Pero aún no queda resuelta la pregunta sobre qué es un bien intermedio para la economía digital.
Así, es posible concluir que las tecnológicas como Rappi usan un bien intermedio, consistente en una base de datos masiva que le han entregado sus usuarios acerca de sus hábitos y ubicaciones geográficas. Algunos expertos van más allá. Dicen que para establecer el verdadero valor agregado, Rappi debería informar el precio que está dispuesta a pagar por obtener los datos y cuánto va a cobrar por administrar y hacer uso inteligente de esa información. Sobre esa base se podría analizar su verdadero impacto económico y su valorización real en los mercados de capitales. En este frente, la sociedad apenas está dando sus primeros pasos.
¿Complemento de la banca?
Muchos sectores ven las plataformas digitales como una amenaza. Pero el sector financiero colombiano las considera una oportunidad para avanzar en su transformación digital. Lo prueba la alianza entre el Banco Davivienda y Rappi, que permitirá realizar pagos con la aplicación. Sin duda, esto representa una apuesta por la innovación y la inclusión, afirma Santiago Castro, presidente de Asobancaria. Agrega que este tipo de integraciones va a permitir aprovechar mejor los 4,8 millones de depósitos electrónicos y fomentar el uso de medios de pago digitales.
No obstante, en el mundo hay un fuerte debate por temas como la nueva moneda de Facebook. Muchos temen que este tipo de iniciativas sirvan para blanquear dinero o para evadir impuestos. De hecho, los ministros de Finanzas del G7 alcanzaron un consenso para “actuar rápidamente” ante el “preocupante” proyecto de libra, la criptomoneda del gigante de internet. Sin duda, las nuevas plataformas representan un cambio hacia un nuevo sistema bancario y de pago. Castro afirma que el cambio es bienvenido “siempre y cuando se eviten arbitrajes regulatorios y se garantice la estabilidad del sistema y el bienestar de los usuarios”.
Fuente: Revista Dinero.
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